Propósito de Año Nuevo
por Haritz Solana
Siempre había leído en revistas y artículos sobre la magia del tiro con arco instintivo, sobre la vibrante sensación de conexión entre tu cuerpo y tu mente momentos antes de soltar la cuerda de tu arco, viendo cómo la flecha vuela hasta dar en el blanco (o no).
Sensaciones de paz interior, de conexión con tu entorno, de libertad…
Obviamente si estás leyendo estas líneas tú habrás sentido en algún momento algo similar, aunque igual crees que todos estos sentimientos están en cierta manera exagerados por algunos arqueros con buenas dotes para la literatura (no te culpo, yo en su día creía que también exageraban).
Pero el caso es que esa magia existe… Mi relación con el tiro con arco no es distinta a la de muchos de vosotros.
Buscaba un hobby que ayudara a mi pareja a “desconectar” de su estresante trabajo en el aeropuerto y encontramos Bastión de Alanos, un club de tiro con arco cerca de su casa, donde nos apuntamos a un curso de iniciación.
No sólo la propia actividad, sino la sensación de hermandad que nos encontramos en el club hicieron que nos enamoráramos del tiro con arco instintivo casi inmediatamente.
Hasta aquí una historia de lo más normal, en la que ha habido algún tiro digno de mención e incluso alguna sesión que ha podido rozar lo épico, pero ningún sentimiento más fuerte.
Hasta este año. Hace menos de dos meses hemos tenido la gran fortuna de haber sido padres de una preciosa criatura.
Para los que hayáis pasado por esta situación quizás recordéis los nervios y la sensación de incertidumbre durante todo el embarazo. Y en el caso de la madre, además tener que soportar un sinfín de cambios físicos.
Por eso me sorprendió que mi pareja no sólo no dejara de ir al campo de tiro (hasta el mismo día del parto), sino que aprovechara casi cualquier oportunidad para coger su arco y dar en la muerte a unas cuantas dianas volumétricas.
Ahí descubrí que realmente la magia, esa intensidad de la que hablan tantos y tantos arqueros realmente existe: la incomodidad de un cuerpo que cambia día a día, el calor, las hormonas, los nervios… todo desaparecía al llegar a la propuesta. Sólo quedaba ella, su arco, el objetivo y una flecha para llegar a él.
Un suave movimiento tensa la cuerda, la flecha apunta hacia el blanco y el tiempo parece ralentizarse, casi hasta detenerse, hasta que el proyectil sale disparado, cortando el caluroso y pesado aire de una tarde de verano en la sierra de Madrid.
Algunas flechas alcanzan su objetivo.
Otras se quedan en el camino o se entierran entre la hierba seca.
Pero el resultado no es tan importante como experimentar la placentera y calma sensación de tirar flechas. Un momento único que sin embargo se repite en cada tiro.
La magia existe y al menos para mí, parte de esta magia ha quedado atrapada en estas imágenes de mi buen amigo Oriol Colls.
Si aún no has llegado a experimentar la intensidad de esta sensación, puede que sea un buen momento para marcar tus propósitos de Año Nuevo.